El legado Britanico y el problema de Medio Oriente

En el complejo entramado del conflicto israelí-palestino, muchas miradas se dirigen al presente: al territorio dividido, a las víctimas civiles, a los muros, las bombas y las negociaciones fallidas. Sin embargo, para comprender la raíz de esta larga tragedia, es necesario mirar hacia atrás, hacia las decisiones que las potencias del pasado tomaron en momentos clave. Entre ellas, destaca el papel del Reino Unido, cuya influencia fue determinante en la configuración de la Palestina moderna y, por ende, en el conflicto que aún desgarra a la región.

1917: una promesa ambigua

El punto de partida simbólico suele situarse en la Declaración Balfour de 1917. En plena Primera Guerra Mundial, el gobierno británico emitió una carta —firmada por el entonces ministro de Asuntos Exteriores, Arthur Balfour— dirigida a Lord Rothschild, un líder de la comunidad judía británica. En ella, expresaba su apoyo al establecimiento de “un hogar nacional para el pueblo judío” en Palestina, entonces parte del Imperio Otomano.

A primera vista, podría parecer un gesto generoso. Pero la ambigüedad de la declaración es clave: no se definía qué significaba exactamente “hogar nacional”, ni cómo se protegerían los derechos de la mayoría árabe que ya habitaba allí. Peor aún, la promesa se hacía mientras, en paralelo, los británicos también realizaban compromisos contradictorios con los árabes para ganar su apoyo contra los otomanos, como ocurrió en la correspondencia Hussein-McMahon. Además, el Acuerdo Sykes-Picot entre Francia y el Reino Unido repartía secretamente el control de Oriente Medio después de la guerra.

Así, en apenas unos años, el Reino Unido sembró un terreno fértil para la desconfianza, la frustración y el conflicto futuro.

El Mandato Británico: entre la neutralidad y la incapacidad

Tras la caída del Imperio Otomano, la Sociedad de Naciones otorgó a Reino Unido el Mandato sobre Palestina en 1920. Este período (1920-1948) fue una etapa decisiva. Los británicos se encontraron administrando un territorio con una población árabe mayoritaria y una creciente inmigración judía, impulsada por el sionismo y agravada por la persecución en Europa.

Durante esos años, la política británica osciló entre favorecer al movimiento sionista y tratar de calmar a la población árabe, que veía con creciente alarma cómo cambiaba el equilibrio demográfico y político del país. A medida que aumentaban las tensiones, también lo hacía la violencia: disturbios, revueltas árabes, represalias judías, y finalmente el surgimiento de grupos armados en ambos lados.

Los británicos, atrapados entre dos nacionalismos en pugna, no lograron —o no quisieron— establecer una solución equitativa y duradera. En lugar de construir un marco político que garantizara los derechos de ambos pueblos, aplicaron políticas represivas, improvisadas e incluso contradictorias. La desilusión fue general: los árabes vieron traicionadas sus aspiraciones de independencia, y los judíos se impacientaron ante las restricciones migratorias impuestas justo cuando Europa se volvía mortal para ellos.

El legado de una retirada desordenada

En 1947, agotado y sin soluciones claras, el Reino Unido decidió abandonar el Mandato y dejar el problema en manos de las Naciones Unidas, que propusieron un plan de partición: un Estado judío, un Estado árabe y un régimen internacional para Jerusalén. La comunidad judía aceptó; la árabe lo rechazó, considerando injusta la división territorial. En 1948, los británicos se retiraron oficialmente, y casi de inmediato estalló la guerra entre el recién proclamado Estado de Israel y los países árabes vecinos.

El resultado fue devastador para los palestinos: más de 700.000 personas huyeron o fueron expulsadas, dando origen al drama aún no resuelto de los refugiados. Desde entonces, el conflicto se ha perpetuado en una espiral de violencia, ocupación, resistencia y sufrimiento mutuo.

¿Qué grado de responsabilidad tiene el Reino Unido?

No se trata de culpar exclusivamente a un actor histórico. El conflicto israelí-palestino es, sin duda, una tragedia con múltiples causas, errores y responsabilidades. Sin embargo, reflexionar sobre el papel de Inglaterra no es un ejercicio de revisionismo gratuito, sino un intento de entender cómo las decisiones de las potencias coloniales han tenido consecuencias de largo alcance.

El Reino Unido jugó un rol activo en modelar el destino de Palestina, a través de promesas contradictorias, una administración colonial ineficaz y una retirada sin soluciones claras. La Declaración Balfour se emitió sin consultar a la mayoría de la población del territorio. Las políticas del Mandato fallaron en crear un marco de convivencia. Y la salida británica, lejos de resolver el conflicto, lo dejó al borde de una guerra que aún no ha terminado.

La historia como espejo del presente

Hoy, cuando seguimos viendo ciclos de violencia en Gaza, en Cisjordania, en Jerusalén, es imposible no preguntarse: ¿qué pasaría si las decisiones de 1917, 1920 o 1948 hubieran sido otras? ¿Y qué responsabilidad tienen hoy los países que, como el Reino Unido, ayudaron a encender una chispa que se volvió incendio?

Más allá de la política actual, esta reflexión invita a algo más profundo: a asumir que el pasado no es un capítulo cerrado, sino una herencia viva. Que las palabras y promesas de los poderosos no se disuelven en el aire, sino que moldean vidas, territorios y futuros enteros. Y que, tal vez, si los responsables históricos reconocieran con más claridad su papel, se abriría una puerta —aunque sea pequeña— hacia la justicia y la reparación.

Conclusión

El conflicto israelí-palestino no es solo una disputa por tierras o derechos. Es también una historia de legados, de decisiones tomadas en despachos lejanos, de imperios que dibujaron fronteras sin imaginar el dolor que vendría. El Reino Unido, como potencia mandataria, tuvo una oportunidad única de forjar un camino distinto. No lo hizo. Y aunque hoy la responsabilidad principal de la paz recae en los pueblos que habitan la tierra, no podemos dejar de mirar atrás y aprender del pasado. Porque solo así, con memoria, verdad y responsabilidad, se puede aspirar a un futuro diferente.


Referencias

Josep Borrell canciller Español





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